A los negocios abandonados, las playas desiertas, las carpas desarmadas y las casas tapiadas hay que agregar otros condimentos que dibujan el panorama marplatense cuando la ciudad espera ser feliz.
Gitanas, pescadores impermeables, jubilados infantes y jóvenes intrépidas también hacen a una Mar del Plata enredada en historias policiales, prostitución en serie y jaurías abandonadas.
El casino y el fuerte viento es lo único perpetuo, incansable. Motor inmóvil de un lugar en constante devenir.
La ropa trucha, los alfajores, la comida chatarra y las espeluznantes artesanías hechas con caracoles compiten con las industrias que quedaron como resabio de esa otra época para sacarle el mango al turista raro, la pareja tramposa y los empleados municipales o judiciales, expresión feudal que deambula por ese centro que en invierno es suburbio pero que sabe mostrar las huellas de enero en cada cartel publicitario.
Una ignota feria se convierte en suceso y allí se mezclan intelectuales locales y bohemios visitantes junto con esa pareja tramposa que ya alcanzó, luego de varios rounds de sexo, el hastío propio de los binomios que ya saben “festejar” sus bodas con la nomenclatura de algún material ferroso.
Los artistas locales no se preocupan por el borderó (no lo tienen) pero hacen rechinar las pocas tablas que funcionan en esta época. Su cachet aspira a poco más que la superficie de una gorra y, paradójicamente, sus guiones buscan risas en un contexto que de tan gris, arranca lágrimas.
Las noticias de Buenos Aires se atropellan entre ellas y los arcos supersiliares de los marplatenses se inclinan concentrados ante cada primicia. En ellos se ven dos sensaciones: admiración y rechazo; también se atropellan.
La juventud poco dice, poco hace, poco aporta. Su vida también pasa por pantallas que ofrecen realidades lejanas. Por lo menos a más de 300 kilómetros; en ese viaje que en su sentido contrario es tan fácil hacer, allí están depositados, quizás, sus pretensiones inmediatas… si las tienen. Los boliches no son para ellos, los bares y pubs tampoco. Para ellos, Cromagnón fue una noticia. Las esquirlas las soportaron toda la vida: reclusión y pocas opciones a la hora de divertirse. Fueron más duros los ´90 con la Ley Duhalde. Eso los hace más experimentados… en lo patético.
El sexo parece llamar en cada puerta como única solución momentánea ante tanto hastío. Es como una droga barata, esa que aquí es tan difícil conseguir gracias ala presencia policial que conforma el rubro más populoso de la ciudad. Una fuerza que todavía añora ese fin de semana en que sólo un turista raro fue importante y suficiente para la militarización de toda la región.
Gitanas, pescadores impermeables, jubilados infantes y jóvenes intrépidas también hacen a una Mar del Plata enredada en historias policiales, prostitución en serie y jaurías abandonadas.
El casino y el fuerte viento es lo único perpetuo, incansable. Motor inmóvil de un lugar en constante devenir.
La ropa trucha, los alfajores, la comida chatarra y las espeluznantes artesanías hechas con caracoles compiten con las industrias que quedaron como resabio de esa otra época para sacarle el mango al turista raro, la pareja tramposa y los empleados municipales o judiciales, expresión feudal que deambula por ese centro que en invierno es suburbio pero que sabe mostrar las huellas de enero en cada cartel publicitario.
Una ignota feria se convierte en suceso y allí se mezclan intelectuales locales y bohemios visitantes junto con esa pareja tramposa que ya alcanzó, luego de varios rounds de sexo, el hastío propio de los binomios que ya saben “festejar” sus bodas con la nomenclatura de algún material ferroso.
Los artistas locales no se preocupan por el borderó (no lo tienen) pero hacen rechinar las pocas tablas que funcionan en esta época. Su cachet aspira a poco más que la superficie de una gorra y, paradójicamente, sus guiones buscan risas en un contexto que de tan gris, arranca lágrimas.
Las noticias de Buenos Aires se atropellan entre ellas y los arcos supersiliares de los marplatenses se inclinan concentrados ante cada primicia. En ellos se ven dos sensaciones: admiración y rechazo; también se atropellan.
La juventud poco dice, poco hace, poco aporta. Su vida también pasa por pantallas que ofrecen realidades lejanas. Por lo menos a más de 300 kilómetros; en ese viaje que en su sentido contrario es tan fácil hacer, allí están depositados, quizás, sus pretensiones inmediatas… si las tienen. Los boliches no son para ellos, los bares y pubs tampoco. Para ellos, Cromagnón fue una noticia. Las esquirlas las soportaron toda la vida: reclusión y pocas opciones a la hora de divertirse. Fueron más duros los ´90 con la Ley Duhalde. Eso los hace más experimentados… en lo patético.
El sexo parece llamar en cada puerta como única solución momentánea ante tanto hastío. Es como una droga barata, esa que aquí es tan difícil conseguir gracias ala presencia policial que conforma el rubro más populoso de la ciudad. Una fuerza que todavía añora ese fin de semana en que sólo un turista raro fue importante y suficiente para la militarización de toda la región.
Fueron esos 3 días (horas más, horas menos) en los que la policía cumplió su sueño de “copar” Mar del Plata en plena democracia y dispusiera sobre horarios, usos y costumbres. Un anhelo que todo visitante busca: “copar” Mar del Plata, una ciudad que no tiene dueño.
R.
1 comentario:
Buenisimas las fotos,una perfecta comunión con el texto.Te puedo pedir para otra ocación una crónica de lo positivo que seguramente debe existir en LA FELIZ
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