lunes, 19 de noviembre de 2007

El placer de que te empaten en el último minuto

Poco menos de 30 años, una hermana mayor y la eterna búsqueda de explicaciones en lugares y cosas no establecidas hicieron de mí un adicto a la música y, si bien nunca fui demasiado discriminador con los estilos, la cultura contemporánea hizo con esa adicción prima lo mismo que con las sucesivas… las maquilló.
Mi generación creció con varios dogmas, emergentes de un período anterior aún más determinista. Esos lineamientos estuvieron representados en rivalidades tan inentendibles como retrógradas y nuestra participación sólo alcanzaba los límites de la elección entre uno y otro bando.
Bilardo o Menotti, radicales o peronistas, Piazzolla o el tango tradicional, etcétera o etcétera, fueron sólo peleas preliminares a la espera de lo que para muchos de nosotros (incluso hasta hoy en día) significó la pelea de fondo: Soda vs. Redondos. A 12 rounds y con el título de mejor banda del país en juego.
Yo elegí a Patricio Rey y lo sigo haciendo aún hoy a pesar de que ni siquiera sus propios intérpretes lo hagan. Por tal, el momento en el que me bamboleé por primera vez hacia uno y otro lado con los brazos a la altura de los codos en un estadio mientras sonaba Ji ji ji fue un bautismo cultural… uno más, como los que ocurrían en cada “misa ricotera”.
Pero esa ceremonia incluía otros ritos. La liturgia incluía célebres cánticos contra Gustavo Cerati en particular y Soda Stereo en general que yo, obediente, rezaba.
Sin embargo, otras influencias (y otras adicciones también) penetraron en mi vida; comprendí -algo tarde, es cierto- que la vida de Luca Prodan no dependía de que muriera Cerati y luego acepté que el primero ya no iba a resucitar por más que siga rezando.
Algo parecido les debe haber sucedido al Indio Solari, Skay Beilinson y compañía, ¿No les parece?

Sin embargo, el partido que se jugaba en mi sensibilidad, de continuar, seguía 1 a 0 para los oriundos de La Plata y había pocas chances de que los nacidos en los costosos rincones de la Universidad del Salvador empaten antes de finalizado el match o, en otras palabras, antes de que todo esto dejara de importarme habida cuenta del ‘gracias totales’.
Pero si Gareca podía llevarnos a un mundial (el del ’86) con el último suspiro de aquella épica batalla contra Perú, porque los Soda no podían lograrlo. Por eso “los ví volver”.
Y el empate llegó promediando el concierto brindado el 3 de noviembre cuando sonó “De música ligera” y mi humanidad pudo convertirse, ya sobre el final, en otro privilegiado que pudo presenciar en vivo y en directo el himno y la marcha (sin definir cual es cual) del rock argento de los últimos 30 años aunque de aquel amor nada nos libre y poco nos quede.

R

1 comentario:

Anónimo dijo...

si bien este partido para mi fue y sigue siendo una victoria entiendo la diversidad de la musica... no discrimino estilos pero la satisfaccion de estar en el estadio de mis amores y con unas de las personas mas importantes en mi vida hicieron unico ese bautismo ricotero. ojala esta vida me lleve a estar del otro lado alguna vez y estoy segura que vamos a saltar juntos de nuevo...