Hace ya algunos meses que el Instituto Nacional de Cine y Artes de la Argentina cuenta con una nueva sala de proyección de filmes y cortos en la Casa del Tango, reducto fundado por el maestro Osvaldo Pugliese en los ´90 y que abre sus puertas, con este gesto, a nuevas propuestas artísticas.
Fue muy sencillo averiguar esto ya que sólo nos alcanzó con distinguir que las sillas, que en ese momento oficiaban de butacas, estaban mal distribuidas en sus respectivas hileras dado que cada una estaba perfectamente detrás de la otra imposibilitando la directa visión del escenario, en un error que demuestra la inexperiencia de los organizadores en este tipo de eventos en los que, además de escuchar, se va a mirar.
Esquivando cabezas, entonces, intentamos disfrutar del bandoneón de Julio Pane y las proyecciones que un equipo comandado por el cineasta Rafael Filipelli plasmaban en la pared del fondo del edificio ubicado en la calle Guardia Vieja, la misma calle, aunque algunas cuadras más cerca de renovado Villa Crespo –ahora bautizado Palermo Queens-, que transitaran Carlos Gardel cuando salía del bodegón de Humahuaca, Astor Piazzolla bajando la comida deglutida en La Cantina de Pierino o el mismo Pugliese volviendo de este mismo escenario a su departamento de Corrientes y Mario Bravo.
La conjunción de manifestaciones artísticas lograron una verdadera mixtura generacional entre el público: coquetas señoras vestidas con esas prendas que según la edad de su portadora se denominan blusas o camisas se mezclaban con esos jóvenes vestidos con un estilo intrageneracional que junta los trazos y motivos rectos de los ´80 con esos raros peinados nuevos.
A pesar de esto, las miradas cómplices hicieron los primarios intentos para romper el hielo entre ese grupo de gente que, desde el inicio, había concurrido por factores diversos. Aunque esas tentativas no prosperaron.
Los sitios chicos tienen la ventaja de ser acogedores aunque calurosos pero, si bien este es un ambiente reducido, no lo es lo suficiente como para sofocarse o transpirar por lo que la temperatura acompañaba de la mejor manera.
Las proyecciones logradas por la cámara de Filipelli remitían a numerosos rincones de Buenos Aires y, así, se sucedieron aviones, colectivos, semáforos, bares y carteles publicitarios que cumplían con el postulado de ubicar la obra en un contexto temporal. Para lograr eso fueron fundamentales las imágenes que mostraban la reciente campaña callejera de prevención del sida lanzada por el ministerio de Salud. Aunque el concierto corrió el riesgo de la distracción habida cuenta de que Pane hace una música muy lejana al “Triki triki, bang bang”.
La interpretación del fueye fue mayúscula gracias a que esa madera y ese cuero acompañaron cada gesto de Pane y lo hicieron de forma ciclotímica. Los soplidos sonaban a estados de ánimo, cambiantes y opuestos. Se abría cuando sonreía, se cerraba cuando se angustiaba, igualito a Buenos Aires, igualito a los porteños.
Salí directo a mi casa cuando terminó la función y a pesar de lo que a veces ocurre en el cine, nadie se acercó para comentarme la obra (sólo se arrimó uno de mi generación que me confundió con un amigo); aunque eso era poco probable que sucediera ya que ese grupo heterogéneo debía volver a la diversidad de submundos que esa noche, y durante poco menos de una hora, representaron en un ambiente que limando algunos detalles es apto para este tipo de manifestaciones artísticas.
Por esa indiferencia generalizada sólo estuve acompañado en mi camino por la luna que justo estaba bien llena y que hubiese alumbrado mi humanidad de no ser por esa hilera de focos que, en mi barrio, se empeña por lustrar el asfalto con su luz mortecina.
R.
2 comentarios:
Después de tu relato entiendo la magia de Buenos Aires,después deleerlo me dí cuenta de cuantas veces sentí cosas similares
¿Casualidad? El martes a la noche estuve por allí presenciando una charla dictada por el filósofo Christian Ferrer en el contexto del ciclo "Cine y pensamiento". Me llamó la atención cuán perfecto parecía estar ubicado todo: en su lugar, limpio, cuidado... La charla estuvo buena (aunque sólo fuimos 12 personas) y de yapa nos regalaron un librito. Pero lo que más me interesó fue conocer ese sitio que promete algún otro evento interesante.
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