viernes, 5 de diciembre de 2008

UN PASEO POR EL VATICANO

Aquellos que sentimos profunda devoción por las teorías conspirativas estamos atravesando nuestro cuarto de hora.

Es así como aseguramos a rabiar que el hombre jamás pisó la luna y utilizamos para su justificación la teoría improbable de que, en realidad se trataba de un set de televisión; o canchereamos aseverando que el verdadero Paul McCartney está muerto y el que conocemos es un afortunado músico en desgracia que daba con su ‘fisic du rol’. Disfrutamos ‘saber’ estas cosas y creemos que estamos en este mundo para ir por la vida demostrándole la verdad a la gente. Nos sentimos los evangelistas de la cultura general, los salvadores. Sólo sabemos, que sabemos todo aquello que usted no sabe.
Sin embargo, pocas veces pudimos asistir a nuestro elogio de la locura y de eso se trata: nada de lo que decimos puede ser comprobado. De ahí, el éxito o fracaso de nuestro poder de convencimiento, porque es allí donde accedemos a lo que conocemos más cercano a un triunfo: la masividad. Cuanto más gente lo sepa, mayor grado de veracidad acompañará nuestra teoría y ahí ya no importará si se trata de si un alienígena inventó el break dance o de si las palomas van a conquistar el mundo.
Después de todo, y teniendo en cuenta cuanto puede incrementarse la legitimidad de un rumor con sólo desparramarlo por ahí, grandes edificios teóricos han sido construidos con ladrillos de humo y han resistido los embates de los huracanados vientos de la historia. El más fuerte de ellos es, sin duda, la religión.

Sin embargo, la expansión de las redes de comunicación podrían haber multiplicado las teorías conspirativas y edificado mitos aún más resistentes pero no lo hicieron. Por tanto, la industria del chimento podría estar transitando por su ‘revolución industrial’ aunque todavía no alcanzaría para construir una mentira más indestructible que la religión. Será que en este rubro también se cumple eso de que ‘todo tiempo pasado fue mejor’.

Y como ese empresario conservador empeñado en pasarle la fábrica a su hijo en las mismas condiciones en las que las recibió de manos de su antecesor, la Iglesia Católica no entendió el juego: su página web es moderna, atractiva y completa pero obvió algunos detalles que podría atraer a las nueva generaciones. Hagamos un pequeño análisis.

Comencemos por su nombre. En castellano usted debe ingresar www.vatican.va pero el verdadero nombre del site es “La Santa Sede”. Una buena estrategia de marketing hubiese indicado que la url sea ‘www.lss.va’ o ‘www.lasede.va’. Suena mucho más juvenil.
Otro de los errores es que no incluye una sección de ‘contáctenos’ con la cual se podría haber insinuado que el webmaster es, en realidad, Dios.
El botón más atrayente dice: ‘Archivo secreto del Vaticano’. Sin lugar a dudas, estamos ante la sección que registra mayor número de clicks en las estadísticas del sitio pero el Vaticano lo ha hecho de nuevo. Nos engañó.

Al ingresar encontraremos distintas referencias al condenado archivo pero ni una palabra que justifique su carácter de ‘secreto’. Así, podemos darnos el lujo de realizar una ‘cita virtual’ (Si. Esta gente tiene una obsesión por lo abstracto) al lugar pero de quien fue el primer cura pedófilo o cual es el record de hostias comidas por un religioso, nada. Para colmo la descripción histórica nos avisa, por las dudas: “El patrimonio documental del Archivo Secreto Vaticano suscita gran interés universal” ¡Qué novedad! Esa oración es, sin duda, una broma de su santidad, el webmaster.

De todas formas es menester aclarar que en esta sección si hay una dirección de contacto, justo arriba del horario de atención, el cual es bastante llamativo.
“El Archivo está abierto a los estudiosos desde el 16 de septiembre hasta el 15

de julio (de 8:15 a 13:00) de lunes a sábado”. Lo que me provoca todavía más dudas: ¿Los ‘no estudiosos pueden concurrir desde el 16 de julio al 15 de septiembre? ¿Cuál es el propósito de que no se crucen? Los 15 minutos iniciales, ¿Son los que demora el empleado en subir la persiana? Y, por último, si alguien trabaja un domingo en el Vaticano, ¿Es discriminado por sus compañeros?, ¿Ya no van a invitarlo al asado de fin de año? ¿El sindicato podría incendiarle su auto?, ¿Es un simple hereje o trabaja para la contra? En este último caso, ¿Cuál es la ‘competencia’ del Vaticano? ¿A quién le hacen partido sus empleados? ¿El del archivo, va al banco? En fin. Esta parte de la página tampoco es clara.

Otra curiosidad es el comienzo mismo del site. Uno puede escoger entre 6 idiomas diferentes: Alemán, Inglés, Español, Italiano, Francés y, por último, Portugués. Aunque aclara que el sitio en ese dialecto está ‘en construcción’. Me pregunto: ¿Los brasileños, portugueses, congoleños, angoleños, caboverdianos, guineanos, mozambiqueños y santotomenses recién ahora se enteraron del catolicismo? ¿Será por eso que aparentan ser más alegres? Si es así, ¡Olvídenlo! ¡Sigan como hasta ahora! ¡Con sus religiones divertidas donde sólo sufre una gallina cada tanto o se visten todos de blanco en alguna playa para emborracharse y bailar hasta el amanecer! ¡No intenten sumarse a nosotros! Estoy seguro de que no les contaron que las misas son muy temprano a la mañana o a la hora del vermouth o que en la Navidad hay que esperar hasta las 12 para abrir los regalos, ¡Si! Hay que mirar el arbolito de reojo mientras comemos ensalada rusa y tratar de adivinar que hay adentro de los paquetes según lo que denuncie su silueta. Es tan cruel y tan frustrante. Ojalá, por el bien de toda esa gente, nunca terminen de ‘construir’ esa parte del site.

Otro sitio curioso es uno intitulado: “Carta del Papa a los católicos chinos”. Se trata de algo así como las ‘Bases y Condiciones’ para participar de la Iglesia Católica; una especie de síntesis eclesiástica para que los tipos sepan ‘mas o menos’ en quien hay que creer, a quien hay que tenerle bronca y que timbre hay que tocar. En otras palabras: un resumen lerú de la Biblia.
Me
pregunto por qué los chinos leen sólo esta parte y resto de los países tuvimos que leer viejo testamento, nuevo testamento y todos los suplementos coleccionables de los diarios. Me respondo pensando que ellos están desde hace mucho antes y deben saber cosas que no conocemos. Y que, tal vez, ni la Iglesia se haya enterado.
Antes de irme me di una vuelta por “Pompeya 2008”. Encontré fotos de multitudes emocionadas ante un gran escenario que vibraba por la presencia de una persona que, micrófono en mano, deleitaba al gentío. Era el Papa y me pareció curioso que el registro de patentes de la ciudad Pompeya haya reservado un nombre tan marquetinero para un evento que (por lo menos en teoría) no necesita publicidad.

Si llegaran a organizar el Juego Olímpico de 2016, ¿Cómo le van a poner?, ¿“Visita pastoral 2016”?

En fin, no encontré nada interesante, salvo el detalle de que para salir de la página hay que pinchar en una cruz blanca, lo que me pareció muy original…

 

R.

viernes, 14 de marzo de 2008

De taxis #2: Tenso viaje

La cumbia que salía de su estereo se confundía con la voz metálica del handy que bromeaba con otros chóferes en lugar de ‘pasar’ viajes.
Con el mío no hablaban. Comencé a prestar atención a lo que decía esa voz que nunca iba a conocer. Hace poco pensé que una buena estrategia para robar en un taxi sería grabar un casete con una voz que ofrezca viajes para engañar a los pasajeros. Sin embargo, éste hacía bromas. Desafiaba con adivinanzas, chistes escénicos (del estilo ‘primer acto…’), una tanda de humor picarezco y el volumen fue reducido por mi conductor cuando entrábamos en la tanda del humor negro. Una pena.
Mi viaje era una “L” perfecta: de Garay y Azopardo, en lo que alguna vez las inmobiliarias podrán llamar ‘Puerto Madero II’, hasta Salguero y Lavalle, en el cada vez menos arrabalero Almagro, bajando por Columbres. Imposible equivocarse, imposible desviarse, imposible dormirse. Sólo mi estúpida pretensión de bajarme en la puerta de mi casa rompía esa armonía semiótica.
Mi chofer representaba la única garantía de seguridad y con sólo ver por mi ventanilla sentía la necesidad de que su presencia en ese oscuro vehículo me haga sentir seguro. El notaría eso.
La radio anunciaba que la Agrupación Marilyn sería la generadora de las cadencias que miles de oídos poco exigentes de algún galpón del Oeste del Conurbano devenido en bailanta elegirían para ahogarse en baldes de cerveza ese próximo sábado. Nosotros circulábamos a la altura de la calle Defensa y cada esquina era una trinchera elegida por 3 o 4 pibes que, como soldados, aguardan pacientes noche a noche ese bocado de despecho que los acerquen al pan o al par de zapatillas; o bien, la muerte instantánea por la certeza de un cana borracho y aburrido.
El ocasional dueño de mi destino no cumplía los requisitos para llamarlo ‘tachero’. Hablaba poco –lo cual me intimidaba aún más-, era joven y usaba musculosa. Es insólito lo que sucede cuando un chofer de taxi no nos ofrece esa imagen estereotipada que estamos acostumbrados a tratar. Incluso muchos de ellos no deben darse cuenta que su habitual discurso de intolerancia, misoginia, y discriminación no asusta a nadie. Sería mucho más efectivo que cerraran la boca, como hasta ahora lo hacía mi chofer.
Un falso imitador del Bahiano (inesperada influencia para que alguien inicie una carrera musical) gritaba como un oligofrénico en la radio letras que recurrían fácilmente al amor, la cerveza, los ‘chetos’ y la violencia. Todo juntito en la misma estrofa. Nosotros atravesábamos Constitución.
En ese lugar sucede algo parecido al histrionismo de los tacheros. La imagen nocturna de la Plaza Constitución es aterradora cuando su fauna está presente pero lo es mucho más en la oscura desolación que imponen sus inertes árboles. Ahí, todo es muerte. Muerto para siempre el césped, muertos sus comercios, muertos sus carteles y toda relación social que no sea la de un individuo pretendiendo algo de otro individuo. En el mayor de los casos, dinero. Para lograrlo puede mediar una simple amenaza, un arma, dinero o alguna droga, cosas que también se consiguen aquí.
La cumbia, la plaza y mi chofer me insinuaban con un grito mudo que yo no tenía nada que hacer allí, que ese no era mi hábitat y hasta me obligaban sin hacerlo a someterme en forma voluntaria a lo que quisieran hacerme. Los billetes que llevaba en mi billetera se transformaron en papel que no me servirían siquiera para detener una posible hemorragia. Mi ropa se desgarraría sola y la virginidad de mi trasero se volvió inoportuna ante tanto abuso inminente. Dejé de escribir en la penumbra de la cabina de metal y pensé en el poder. Pensé en la irreverencia filosófica que significa afirmar que el poder no se posee sino que se ejerce. La persona que cubría con sus manos el volante podría imponer un incompatible absolutismo sobre mi humanidad y, para ello, sólo le bastaría un reducido reino comprendido por su auto, su cumbia y un tanque lleno.
Pero no es fácil ponerse ese traje. Llegando a la Avenida Entre Ríos, cambió el dial de su estéreo. Las modulaciones exageradas y las líricas marginales habían cansado a mi rey, quien ahora se había convertido al romanticismo. Los boleros me dieron seguridad. Por lo menos ahora había alguna chance de que perdiera esa valiosa virginidad en un contexto un tanto más cariñoso.... Aunque sólo perdí 7 pesos y algunas monedas.


R.

martes, 4 de marzo de 2008

De taxis # 1: El llanero sigue solitario

Existen muchos jinetes en la noche porteña. Los hay de todos los colores y hay quien dice que cabalgando es la única forma en la que se puede recorrer la ciudad cuando las sombras se apoderan de sus rincones.
Pero hay uno en particular que es dueño de uno de los mejores caballos para tal efecto. Uno de esos corceles negros, con lomo amarillo que salta presuroso ante cada corte de los semáforos y que relincha furioso en cada avenida. Este jinete tiene, además, una habilidad discursiva que de nada le sirve cuando tiene los pies en la tierra; su montura y su galantería son los complementos que le garantizan una felicidad medida a pesar de poseer una vida que la mayoría desprecia.
Ser tachero en Buenos Aires es complicado pero como Jorge afirma, “de noche es más tranquilo”. Por eso no lo cambia por nada; por eso lo hace cada día más interesante.
No precisa muchas cuadras para aclarar que es poeta y enseguida comienza a “regalar” estrofas de su autoría que hacen referencia a lugares comunes, a musas infieles, pero imponiendo su estilo de palabras antiguas e inutilizadas que diseñan un relato entre romántico y arrabalero, ideal para el contexto.
Jorge es otro alumno de Buenos Aires, como lo fueron Espósito, Homero y Discépolo. Cursó con ellos esa escuela que remite una y otra vez al puerto, los bares, las mujeres y el alcohol y que invita a cada parroquiano a descubrirla en forma reiterada para no abandonarla jamás.
El primer poema que relata lo hace con sus ojos fijamente apoyados en el espejo retrovisor, reclamando atención y apoyado en una onda verde que lo conoce de noches anteriores y que sonríe con su potente luz al notar que otro oído cayó preso de ese auditorio movible. Habla de la noche porteña y lo hace en tono fraternal, cómplice, sensual. Le exige que a la ciudad que “lo abrace en su seno” y se erotiza cuando lo hace.
Las calles mientras tanto le corresponden: por las ventanas se ven cartoneros, basura impaciente y personajes extravagantes que parecen tener motivos de vida o muerte para estar a esa hora allí. Transitamos el barrio de Once, cabalgamos por Lavalle con la velocidad que impulsan las bajadas. Mientras, descendemos por los secretos de este juglar que con cada ficha que cae muestra sus propias fichas.
El segundo habla de la primavera y la calle ya no nos lleva en bajada; Jorge se emociona, se alegra de golpe y su rostro lo dice todo. Ya no necesita de la complicidad de los semáforos, ya clava la vista en el asfalto, aunque no visualiza todo lo que puede porque sus ojos están entrecerrados gracias a la mueca que su sonrisa le dibuja en ese rostro de piel áspera y mentón con forma de embudo.
“Lo escribí en el fondo de un bar mientras me tomaba un café”, aclara; tal vez para demostrar que -a diferencia de sus colegas- a él solo lo asalta la inspiración. Jorge sería incapaz de denunciar que Buenos Aires es insegura. Para él, todo es bello, lírico y así lo expresa en sus poemas. Se deja asaltar por la ocurrencia estética y, ante ese llamado, se baja un rato de su corcel para responderlo.
Casi llegando a destino, me reconoce que su “tranquilidad” es forzada. Trabajar de noche, además, es sencillo para quien está solo ya que no es necesario brindarle explicaciones a nadie; le pregunto si también es difícil vivir solo pero ya llegamos “a mitad de cuadra, por mano izquierda” y sólo hay tiempo para detener el corcel, despedirnos y buscar otro oído que quizás también esté solo.



R.

miércoles, 6 de febrero de 2008

El futuro ya llegó

¡No esperen más! La bomba atómica ya explotó y lo hizo de la manera más estruendosa que podía lograr… pero en silencio.
Así como las grandes y viejas armas de destrucción masiva le dejaron su lugar a las pestes y ataques bacteriológicos. Así como los grandes trabucos hoy ya no sirven porque en su lugar hay inyecciones letales. Así como un misil teledirigido es obsoleto al lado de un sobre con Ántrax.
Hoy, las muertes se suceden en el más profundo de los silencios… pero haciendo ruido.
Porque con esta bomba murieron unos cuantos y todo se desterró a la nada. Hay que empezar de nuevo. Como en las grandes masacres de la humanidad, como en las glaciaciones, como en las guerras.
Y ahí empieza todo ¿Cómo empezar? ¿Por dónde empezar? Pero aquello que primaba en cada uno de esos momentos críticos que los hombres debimos atravesar –el sentido de subsistencia- hoy ya no existe. Y queremos aprender a matar, antes que aprender a vivir. Empeñamos nuestro valor principal para darle lugar al de la ventaja. Será que, hoy, el sentido de subsistencia del hombre es la ventaja. Será que, realmente, estamos en la era del individualismo; y que la misma se trajo a una amiga: la destrucción. Todos lo sabemos: la soledad conduce a la destrucción.
Para el que pregunte donde estalló la bomba, que se entere que estalló en la música, en las comunicaciones, en la literatura, en el cine… en los corazones.
Para aquel que quiera ir un poco más allá, por morbo o curiosidad, que se entere que esa bomba no tiene TNT, Trotil, ni sandia con vino. Esa bomba es digital.
Porque la máquina ahorra pasos otrora engorrosos a la hora de hacer música o cine; abarata costos a la hora de comunicar a las personas y cuida el medioambiente a la hora de leer y, porque no, de hacer el amor. Al cabo son la misma cosa. Acabo.
Porque todos los músicos tienen la misma audiencia (¿no así el mismo poder de convocatoria?); todos los periodistas tienen la misma cantidad de lectores (¿no así la misma aceptación o credibilidad?); todos los directores pueden hacerle perder o ganar 2 horas de su vida a la misma cantidad de gente (¿los podrán “atrapar”?) y hasta todos los hombres y mujeres pueden excitar a alguien (hasta tal vez enamorarlos…).
Esto es inevitable.

Ahora... ¿Cómo sigue? ¿Por donde sigue? La respuesta no la tiene nadie y la buscan todos. Guiados por la estrella del individualismo, de la destrucción. Aún más ¿Serán daños colaterales?
Los músicos exigen que compremos discos de 15 dólares, los directores pretenden que vayamos a cines de 6 dólares, los escritores nos venden libros de hasta 30 dólares, las empresas de comunicaciones cobran hasta la consulta de saldo y los medios de comunicación se ríen… tal vez un tanto ingenuos.
Sin embargo, todos comen todos los días casi sin proponérselo. Garantizaron su sentido de subsistencia casi sin esforzarse. Pero no aprendieron a vivir de nuevo. En esta nueva etapa, en la que estalló una bomba que, directamente, destrozó las susceptibilidades.


R.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Vivir en libertad, pero a la sombra

Cientos de objetos la rodean. De esos que solo se los ven encerrados entre cuatro paredes, aunque más no sean, húmedas y mohosas. En la calle, se ven otras cosas: carteles, autos, semáforos y luces, que también están aquí.
Sin embargo, esta calle tiene un techo pero no es eso lo más raro: estos objetos viven en la calle, junto Rosa. Así, una mesa de fórmica cubierta por un mantel de hule protege con sus cuatro patas un cajón de madera, refugio de Ulises -otro de cuatro patas pero que además ladra y se rasca en forma insistente- contiguo a los colchones que sostienen los sueños de nuestra protagonista y sus dos compañeras.
Este universo continúa bajo la perpetua sombra que la autopista 25 de mayo ofrece a esos 30 metros de pavimento de la calle Virrey Liniers. Una construcción que hoy resguarda de la lluvia a los representantes de una realidad desigual. Casualmente esa realidad y la propia carretera tengan los mismos arquitectos.
Rosa esta intranquila. El blanco de sus canas compite en brillo con sus alpargatas; su pulcritud resalta su orgullo pero ella igual aclara que Ulises esta “bien limpito” a pesar de las acrobáticas intervenciones de sus pesuñas. Sus cejas cargan años de impotencia pero además muestran la curvatura de la preocupación. Y no tanto por ella, sino por la hija de su compañera –también habitante de este ladrillo de injusticia- que busca recibirse de traductora de inglés a pesar de su realidad y al parecer va a lograrlo: el sueño crece bajo la autopista. Los utopistas ni siquiera lo imaginaron.
El día siempre parece nublado bajo estas estructuras y la historia de Rosa no hace más que confirmarlo. Su vida en este lugar es oscuro las 24 horas de cada jornada. Su Chile natal era más despejado aunque ella no lo percibió. La natural ambición humana le hizo creer que el horizonte era mejor y se embarcó a esta gran pared de injusticia, donde el destino le tendría preparado su lugar.
Los conventillos municipales que habitó antes de asentarse en la calle eran más cálidos en invierno, pero los que, en ese caso, no lo percibieron fueron los propios funcionarios que la desalojaron una y otra vez, para volver a resguardarla tantas otras veces, exponiéndola cada vez más al peligro de su propia corrupción. “Me daban de a 300 pesos para que me busque algo, pero al mes siguiente no me daban más plata y me volvían a echar”.
En su universo, una heladera hace de armario; un tacho de basura es el espacio de sábanas y frazadas; dos sillas de plástico ofician de living, por el que pasaron miles de promesas incumplidas, compañías ocasionales y algún que otro periodista. En definitiva cumplo las tres funciones: no puedo garantizarle que su futuro será mejor (como le promteí), dialogo sobre cosas que no sirven para mi entrevista y, cada tanto, cumplo con mi trabajo.
Sus pómulos y su boca ya adquirieron toda la rudeza que caracteriza a los habitantes del asfalto. Gracias a esa furia contenida por represiones policiales, insultos sobre ruedas y “chorritos de Constitución”, pibes de 14 o 15 años que viven al mismo tiempo la edad de las travesuras junto a la de las necesidades y las combinan como pueden. “Las madres los mandan a robar y vienen para este lado porque después se divierten tirándole cosas a los coches que pasan por arriba”.
Podrían ser sus nietos pero Rosa ya los tiene. Dos hijos supieron darle tres nietos que ya son grandes, aunque no estudian tanto como su “nieta postiza” –así llama a Natalia, la hija de su compañera- pero que ya aprendieron la lección de no preguntar por su abuela y mucho menos intentar visitarla.
La pared de ladrillos, que también hace de pilote de la autopista, vibra con cada respuesta. Los coches hacen mella en la realidad que relata Rosa; como culpables de un destino que fue quedándose sin colores a lo largo de su camino. Cuando la despedí, su vida era gris, su pelo y sus alpargatas, blancas y su asfalto, negro. Volví luego de unos meses, pero Rosa ya no estaba, tampoco sus cosas. La pared de ladrillos continuaba en su lugar y a pesar de que no parecía haber sufrido modificaciones, en mi interior supe que le faltaba un ladrillo. El más fuerte de todos.

R.

martes, 27 de noviembre de 2007

Mardel en invierno...

A los negocios abandonados, las playas desiertas, las carpas desarmadas y las casas tapiadas hay que agregar otros condimentos que dibujan el panorama marplatense cuando la ciudad espera ser feliz.
Gitanas, pescadores impermeables, jubilados infantes y jóvenes intrépidas también hacen a una Mar del Plata enredada en historias policiales, prostitución en serie y jaurías abandonadas.
El casino y el fuerte viento es lo único perpetuo, incansable. Motor inmóvil de un lugar en constante devenir.
La ropa trucha, los alfajores, la comida chatarra y las espeluznantes artesanías hechas con caracoles compiten con las industrias que quedaron como resabio de esa otra época para sacarle el mango al turista raro, la pareja tramposa y los empleados municipales o judiciales, expresión feudal que deambula por ese centro que en invierno es suburbio pero que sabe mostrar las huellas de enero en cada cartel publicitario.
Una ignota feria se convierte en suceso y allí se mezclan intelectuales locales y bohemios visitantes junto con esa pareja tramposa que ya alcanzó, luego de varios rounds de sexo, el hastío propio de los binomios que ya saben “festejar” sus bodas con la nomenclatura de algún material ferroso.
Los artistas locales no se preocupan por el borderó (no lo tienen) pero hacen rechinar las pocas tablas que funcionan en esta época. Su cachet aspira a poco más que la superficie de una gorra y, paradójicamente, sus guiones buscan risas en un contexto que de tan gris, arranca lágrimas.
Las noticias de Buenos Aires se atropellan entre ellas y los arcos supersiliares de los marplatenses se inclinan concentrados ante cada primicia. En ellos se ven dos sensaciones: admiración y rechazo; también se atropellan.
La juventud poco dice, poco hace, poco aporta. Su vida también pasa por pantallas que ofrecen realidades lejanas. Por lo menos a más de 300 kilómetros; en ese viaje que en su sentido contrario es tan fácil hacer, allí están depositados, quizás, sus pretensiones inmediatas… si las tienen. Los boliches no son para ellos, los bares y pubs tampoco. Para ellos, Cromagnón fue una noticia. Las esquirlas las soportaron toda la vida: reclusión y pocas opciones a la hora de divertirse. Fueron más duros los ´90 con la Ley Duhalde. Eso los hace más experimentados… en lo patético.
El sexo parece llamar en cada puerta como única solución momentánea ante tanto hastío. Es como una droga barata, esa que aquí es tan difícil conseguir gracias ala presencia policial que conforma el rubro más populoso de la ciudad. Una fuerza que todavía añora ese fin de semana en que sólo un turista raro fue importante y suficiente para la militarización de toda la región.

Fueron esos 3 días (horas más, horas menos) en los que la policía cumplió su sueño de “copar” Mar del Plata en plena democracia y dispusiera sobre horarios, usos y costumbres. Un anhelo que todo visitante busca: “copar” Mar del Plata, una ciudad que no tiene dueño.
R.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Lo más parecido a la Tanguedia

Hace ya algunos meses que el Instituto Nacional de Cine y Artes de la Argentina cuenta con una nueva sala de proyección de filmes y cortos en la Casa del Tango, reducto fundado por el maestro Osvaldo Pugliese en los ´90 y que abre sus puertas, con este gesto, a nuevas propuestas artísticas.
Fue muy sencillo averiguar esto ya que sólo nos alcanzó con distinguir que las sillas, que en ese momento oficiaban de butacas, estaban mal distribuidas en sus respectivas hileras dado que cada una estaba perfectamente detrás de la otra imposibilitando la directa visión del escenario, en un error que demuestra la inexperiencia de los organizadores en este tipo de eventos en los que, además de escuchar, se va a mirar.
Esquivando cabezas, entonces, intentamos disfrutar del bandoneón de Julio Pane y las proyecciones que un equipo comandado por el cineasta Rafael Filipelli plasmaban en la pared del fondo del edificio ubicado en la calle Guardia Vieja, la misma calle, aunque algunas cuadras más cerca de renovado Villa Crespo –ahora bautizado Palermo Queens-, que transitaran Carlos Gardel cuando salía del bodegón de Humahuaca, Astor Piazzolla bajando la comida deglutida en La Cantina de Pierino o el mismo Pugliese volviendo de este mismo escenario a su departamento de Corrientes y Mario Bravo.
La conjunción de manifestaciones artísticas lograron una verdadera mixtura generacional entre el público: coquetas señoras vestidas con esas prendas que según la edad de su portadora se denominan blusas o camisas se mezclaban con esos jóvenes vestidos con un estilo intrageneracional que junta los trazos y motivos rectos de los ´80 con esos raros peinados nuevos.
A pesar de esto, las miradas cómplices hicieron los primarios intentos para romper el hielo entre ese grupo de gente que, desde el inicio, había concurrido por factores diversos. Aunque esas tentativas no prosperaron.
Los sitios chicos tienen la ventaja de ser acogedores aunque calurosos pero, si bien este es un ambiente reducido, no lo es lo suficiente como para sofocarse o transpirar por lo que la temperatura acompañaba de la mejor manera.
Las proyecciones logradas por la cámara de Filipelli remitían a numerosos rincones de Buenos Aires y, así, se sucedieron aviones, colectivos, semáforos, bares y carteles publicitarios que cumplían con el postulado de ubicar la obra en un contexto temporal. Para lograr eso fueron fundamentales las imágenes que mostraban la reciente campaña callejera de prevención del sida lanzada por el ministerio de Salud. Aunque el concierto corrió el riesgo de la distracción habida cuenta de que Pane hace una música muy lejana al “Triki triki, bang bang”.
La interpretación del fueye fue mayúscula gracias a que esa madera y ese cuero acompañaron cada gesto de Pane y lo hicieron de forma ciclotímica. Los soplidos sonaban a estados de ánimo, cambiantes y opuestos. Se abría cuando sonreía, se cerraba cuando se angustiaba, igualito a Buenos Aires, igualito a los porteños.
Salí directo a mi casa cuando terminó la función y a pesar de lo que a veces ocurre en el cine, nadie se acercó para comentarme la obra (sólo se arrimó uno de mi generación que me confundió con un amigo); aunque eso era poco probable que sucediera ya que ese grupo heterogéneo debía volver a la diversidad de submundos que esa noche, y durante poco menos de una hora, representaron en un ambiente que limando algunos detalles es apto para este tipo de manifestaciones artísticas.
Por esa indiferencia generalizada sólo estuve acompañado en mi camino por la luna que justo estaba bien llena y que hubiese alumbrado mi humanidad de no ser por esa hilera de focos que, en mi barrio, se empeña por lustrar el asfalto con su luz mortecina.



R.